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EL ÚLTIMO ENEMIGO
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Nota:
cuando estamos del otro lado,
respaldando a un amigo o familiar
que está afrontando la pérdida, es
importante que sintamos empatía
y escuchemos —sin tratar de rela-
cionar su historia de dolor con las
que hayamos vivido nosotros ante-
riormente. No debemos decirle a la
persona cómo se debería sentir o qué
debería hacer. No estamos para dar
consejos sino para apoyar.
Consejeros
Otra cosa que puede ayudarnos a
enfrentar el duelo es buscar consejo
en un ministro o un profesional. Un
experto en el tema puede hacerle
ver que lo que siente es normal y
ayudarle a poner sus emociones en
orden.
Apoyo y guía de Dios
La familia y los amigos pueden ayu-
darnos a enfrentar el duelo hasta
cierto punto, pero la fuerza y la guía
de nuestro Dios Omnipotente son
absolutamente indispensables para
surcar las recias aguas de las emocio-
nes y el dolor que nos inundan tras la
muerte de un ser querido.
Además, Dios ha prometido: “No te
desampararé, ni te dejaré” (Hebreos
13:5), y no faltará a su palabra —
mucho menos cuando pasamos por
el dolor y el estrés de perder a un ser
querido. Busque a Dios en oración y
pídale guía, fuerza y ayuda (Salmos
10:14; 22:24). El libro de Salmos tiene
muchas plegarias a Dios en tiempos
de angustia que pueden servirle de
inspiración.
En Mateo 5:4, Cristo también pro-
metió que quienes se duelen “reci-
birán consolación” si buscan a Dios
y se enfocan en la esperanza que su
Palabra revela. Como aseguran las
Escrituras, Dios está especialmente
atento a los que sufren (Salmos 34:18;
Mateo 5:4).
Enfocarse en la verdad
de la resurrección
Cuando nos enfrentamos a la pérdida
de un ser querido, una de las formas
más seguras de encontrar consuelo
es enfocándonos en la esperanza que
Dios promete en la Biblia. Entender
que nuestro ser querido no se ha
perdido para siempre y que volverá
a vivir en un mundo mejor puede
darnos consuelo, ánimo y fortaleza a
medida que avanzamos.
Como escribe el apóstol Pablo, la
verdad de la resurrección nos ayu-
dará a no entristecernos “como los
otros que no tienen esperanza” (1
Tesalonicenses 4:13). La tristeza y el
duelo no son malos; de hecho, pue-
den ser esenciales para recuperarnos
de una pérdida. Pero afortunada-
mente, podemos enfrentarlos con la
esperanza, entendimiento y fe de que
“vendrá hora cuando todos los que
están en los sepulcros oirán su voz”
(Juan 5:28).
Para los seres humanos, la muerte
parece permanente y definitiva. Pero