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también advirtió a sus discípulos:
“Hijitos, aún estaré con vosotros un
poco. Me buscaréis; pero como dije
a los judíos, así os digo ahora a voso-
tros: A donde yo voy, vosotros
no
podéis ir”
(Juan 13:33).
No muchas personas entienden lo que
esto significa: Cristo estaba diciendo
que sólo Él ascendería al cielo, nadie
más. Ninguno de nosotros puede ir
a donde Él iba, y la Biblia claramente
dice que iba al cielo.
Más adelante sigue explicando: “voy,
pues, a preparar lugar para voso-
tros. Y si me fuere y os preparare
lugar,
vendré otra vez,
y os tomaré a
mí mismo” (Juan 14:2-3). Esto nos
da una pista: la respuesta acerca de
lo que ocurre después de la muerte
tiene que ver con el regreso de Cristo
y el futuro. Pero, como estos pasajes
lo demuestran, Jesús nunca enseñó
que las personas buenas se van al
cielo después de morir —y los após-
toles no cambiaron su enseñanza en
la Iglesia del Nuevo Testamento.
La enseñanza de los
apóstoles
En su famoso sermón del Día de Pen-
tecostés, Pedro dijo algo muy intere-
sante acerca del cielo. Hablando de la
resurrección de Cristo (Hechos 2:24),
el apóstol menciona específicamente
que el rey David “murió y fue sepul-
tado”, pero “no subió a los cielos” (v.
34). Esto definitivamente comprueba
que nadie se va a cielo al morir, pues
las Escrituras mismas describen a
David como un hombre obediente y
conforme al corazón de Dios (Hechos
13:22).
Si alguien merecía ir al cielo, era
David. Pero eso no fue lo que suce-
dió. Las palabras de Pedro confirman
lo que el resto de la Biblia enseña:
tanto David como todos los seres
humanos que han muerto, permane-
cen así, literalmente
muertos
.
También es interesante que en nin-
guno de los escritos del apóstol Pablo
se menciona algo acerca de una vida
en el cielo después de la muerte —ni
siquiera en aquellos específicamente
dedicados al tema de la muerte (1
Corintios 15; 1 Tesalonicenses 4:13-
18). Lo que estos pasajes sí enseñan
es la verdad de la resurrección que se
confirma a lo largo de la Biblia y que
analizaremos detalladamente en el
capítulo siguiente.
Aun cuando Pablo expresó su “deseo
de partir y estar con Cristo” (Fili-
penses 1:23), no estaba diciendo que
lo vería inmediatamente después de
morir; se refería más bien al momento
de ser resucitado o transformado en
la “venida del Señor”, quien “con voz
de mando... descenderá del cielo” (1
Tesalonicenses 4:15-16).
Otro pasaje en el que encontramos
evidencia de que no iremos al cielo
al morir es el libro de Hebreos. Al
referirse a los fieles del Antiguo Tes-
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