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EL MISTERIO DEL REINO
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los acerca de su venida y el fin del siglo,
Jesús explicó en qué momento los elegi-
dos —aquellos que se habían arrepen-
tido de sus pecados, se habían bautizado
y habían demostrado su creencia en Dios
por medio de la obediencia a sus leyes—
serían invitados al Reino de Dios. Veamos
sus enseñanzas.
“Cuando el Hijo del Hombre venga en su
gloria, y todos los santos ángeles con él,
entonces se sentará en su trono de gloria,
y serán reunidas delante de él todas las
naciones; y apartará los unos de los otros,
como aparta el pastor las ovejas de los
cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha,
y los cabritos a su izquierda. Entonces el
Rey dirá a los de su derecha: Venid, ben-
ditos de mi Padre, heredad el reino prepa-
rado para vosotros desde la fundación del
mundo” (Mateo 25:31-34).
El momento en que las personas van a
entrar al Reino de Dios es cuando Jesús
“venga en su gloria”. Contrario a lo que
muchos creen, los seres humanos no
entran al Reino antes del regreso de
Cristo. Esto significa que las personas
buenas no van al cielo cuando se mueren.
La Biblia enseña que cuando las personas
mueren, sus cuerpos regresan a la tierra
y cesan sus pensamientos (Eclesiastés 9:5;
Salmo 146:4). Su existencia consciente ha
cesado. Aquellos que mueran siendo fieles
a Dios están “dormidos” en sus tumbas,
esperando el regreso de Cristo, para ser
resucitados —vueltos a la vida (1 Tesaloni-
censes 4:13-17; Job 14:10-15).
¿En dónde entonces se originó esta idea
de que las personas iban al cielo cuando
se morían? La historia nos muestra que
los humanos han creído en la vida des-
pués de la muerte —otra vida después de
la vida— desde hace muchos años. Los
antiguos egipcios, por ejemplo, preserva-
ban los cuerpos de los que habían muerto
y enterraban tesoros con la persona falle-
cida, porque pensaban que la persona
los iba a necesitar más tarde. Ellos creían
que los humanos tenían un cuerpo físico
que moriría y un espíritu que seguiría
viviendo después de la muerte.
Más tarde, los griegos y romanos expan-
dieron la creencia de los egipcios con la
idea de que después de la muerte las almas
de las personas buenas serían recompen-
sadas y las almas de los malos recibirían
castigo. Ellos creían que las personas real-
mente malas serían confinadas a un cas-
tigo eterno en el infierno.
Si bien es cierto que Dios tiene planeado
que las personas vivan eternamente con Él
en su familia, lo que esas antiguas perso-
nas no entendían era el momento en que
la vida eterna sería ofrecida a los seres
humanos. Al no entender este concepto,
muchos suponían que los seres humanos
tenían un alma inmortal. Y si los huma-
nos tienen un alma inmortal, entonces
obviamente esa alma tenía que ir a algún
sitio cuando la persona moría.
Lo que la Biblia enseña claramente es la
posibilidad de la muerte eterna: “El alma
que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:20).
El alma que no se arrepiente (“alma”, sig-