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Ahora le pertenecemos a Dios
La “nueva” persona en que nos con-
vertimos le pertenece a Dios. Nues-
tra vida fue rescatada —redimida—
comprada por el sacrificio de Cristo,
como Pedro lo explicó en 1 Pedro
1:18-19, y como Pablo lo afirmó en 1
Corintios 6:20. Habiendo sido resca-
tados de la muerte y nuestros pecados
perdonados por medio del sacrificio
de Jesús, no debemos ser más esclavos
del pecado, sino que debemos conver-
tirnos en siervos de justicia: “Y liber-
tados de pecado, vinisteis a ser sier-
vos de la justicia” (Romanos 6:18).
Pero somos llamados a convertirnos
en algo más que esclavos. En su gran
amor, Dios está añadiendo hijos a su
familia: “Y seré para vosotros por
Padre, y vosotros me seréis hijos e
hijas, dice el Señor Todopoderoso” (2
Corintios 6:18). Hemos sido llamados
para seguir el ejemplo de nuestro her-
mano mayor y nuestro Padre en los
cielos. Somos llamados para llegar a
ser como Dios.
¿Qué ocurre cuando se
completa la conversión?
Dios quiere ayudarnos a vencer el
pecado —arrepentimiento y cam-
bio— para poder darnos el don de la
vida eterna. “El Señor no retarda su
promesa, según algunos la tienen por
tardanza, sino que es paciente para
con nosotros, no queriendo que nin-
guno perezca, sino que todos proce-
dan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9).
Veamos lo que dice Hebreos 12:1-2:
“Por tanto, nosotros también, teniendo
en derredor nuestro tan grande nube
de testigos [aquellos nombrados en el
capítulo anterior, Hebreos 11], despo-
jémonos de todo peso y del pecado que
nos asedia, y corramos con paciencia
la carrera que tenemos por delante.
Puestos los ojos en Jesús, el autor y
consumador de la fe”.
La vida cristiana es como una carrera
a largo plazo. Se nos advierte que
debemos vencer al pecado, obedecer a
Dios y perseverar hasta el fin. “Al que
venciere y guardare mis obras hasta
el fin, yo le daré autoridad sobre las
naciones” (Apocalipsis 2:26).
Entonces, ¿cuál será el resultado final
de nuestra transformación —nues-
tra conversión? El apóstol Pablo lo
responde en 2 Timoteo 4:7-8: “He
peleado la buena batalla, he acabado
la carrera, he guardado la fe. Por lo
demás, me está guardada la corona
de justicia, la cual me dará el Señor,
juez justo, en aquel día; y no sólo a mí,
sino también a todos los que aman su
venida”.
Dios quiere que cambiemos —que
seamos sus hijos (1 Juan 3:1-3). Él
quiere darnos la corona de justicia
para que le ayudemos en esta increí-
ble y maravillosa obra creadora por
toda la eternidad.
¡Qué maravilloso futuro tiene Dios
reservado para nosotros! ¡Y Él nos
ofrece toda la ayuda que necesitamos
para ser transformados —converti-
dos— para ser como Él!