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CAMBIE SU VIDA!
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Pablo elaboró acerca de la carnalidad
(la mente aparte de Dios —Romanos
8:7), y dijo que sabía que él tenía que
vencer. “Porque sabemos que la ley es
espiritual; mas yo soy carnal, vendido
al pecado. Porque lo que hago, no lo
entiendo; pues no hago lo que quiero,
sino lo que aborrezco, eso hago. Y si
lo que no quiero, esto hago, apruebo
que la ley es buena. De manera que ya
no soy yo quien hace aquello, sino el
pecado que mora en mí” (Romanos
7:14-17).
La batalla continua contra
el pecado
¿Explicó Pablo entonces lo que le
estaba pasando a él? “Así que, que-
riendo yo hacer el bien, hallo esta ley;
que el mal está en mí. Porque según
el hombre interior, me deleito en la
ley de Dios; pero veo otra ley en mis
miembros, que se rebela contra la ley
de mi mente, y que me lleva cautivo
a la ley del pecado que está en mis
miembros” (vv. 21-23).
Esta batalla en la que Pablo estaba
ocupado era frustrante. Él lo reco-
noció cuando preguntó: “¡Misera-
ble de mí! ¿Quién me librará de este
cuerpo de muerte?”. Luego, él mismo
respondió: “Gracias doy a Dios, por
Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo
mismo con la mente sirvo a la ley de
Dios, mas con la carne a la ley del
pecado” (vv. 24-25).
Pablo explicó que su liberación era posi-
ble por medio de Jesucristo, quien tam-
bién nos dará la ayuda que necesitamos
para salir del pecado y convertirnos.
Debemos tener unamente
arrepentida por el resto de
nuestra vida
Aprendemos de la experiencia de
Pablo que aunque estemos el resto
de nuestra vida luchando contra las
atracciones de nuestra carne, nunca
las vamos a vencer por completo.
El apóstol Juan también nos mostró
que había otras dos influencias que
debíamos vigilar —la sociedad per-
versa que nos rodea y la mente de
Satanás que trata de inyectar pensa-
mientos erróneos en nuestra mente
(1 Juan 2:14-17). Cuando luchamos
contra éstas y nuestra naturaleza
humana, ganamos algunas batallas,
aunque también perderemos otras.
Pero mientras Dios vea que nosotros
sinceramente no deseamos pecar,
que odiamos el pecado y lucha-
mos contra él, Él es misericordioso.
Él entiende que somos carne y está
presto a perdonarnos cuando nos
arrepentimos.
El apóstol Juan resumió la respuesta
misericordiosa de Dios ante nuestro
arrepentimiento continuo: “…Y la
sangre de Jesucristo su Hijo nos lim-
pia de todo pecado...Si confesamos
nuestros pecados, él es fiel y justo
para perdonar nuestros pecados, y
limpiarnos de toda maldad” (1 Juan
1:7-9; vea también Salmo 51:2, 7).
En Colosenses 3:1-10, Pablo exhorta a
los cristianos a “hacer morir” conti-
nuamente los caminos pecaminosos
del “viejo hombre” para “revestirse
del nuevo hombre”.