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superar nuestros miedos y continuar
siguiendo y confiando en Dios.
• Gratitud —el reconocimiento de
que aún en nuestros momentos más
difíciles, Dios nos ha dado mucho que
debemos agradecer y por lo que estar
confiados.
• Perspectiva —la habilidad de ver
nuestra situación desde el punto de
vista de Dios y el bien que puede venir
de nuestras circunstancias.
Cada una de estas cualidades nos for-
talece, nos hace más estables y más
maduros. Cada una es un aspecto
del carácter que Dios quiere que
tengan sus hijos. Y cada una crece
en nosotros a medida que afronta-
mos y enfrentamos exitosamente los
momentos difíciles.
La fuente del consuelo
Jesucristo entiende nuestro sufri-
miento. Él y el Padre son compasivos
y misericordiosos. Dios “nos consuela
en todas nuestras tribulaciones, para
que podamos también nosotros con-
solar a los que están en cualquier tri-
bulación, por medio de la consolación
con que nosotros somos consolados
por Dios” (2 Corintios 1:4).
Parte de este consuelo proviene de
las promesas ciertas y misericordio-
sas que Dios nos da. El apóstol Pablo
nos dice que “A los que aman a Dios,
todas las cosas les ayudan a bien, esto
es, a los que conforme a su propósito
son llamados” (Romanos 8:28).
Con una perspectiva espiritual y
eterna, Pablo también escribió: “Pues
tengo por cierto que las aflicciones del
tiempo presente no son comparables
con la gloria venidera que en nosotros
ha de manifestarse” (Romanos 8:18).
¿Qué nos depara el futuro?
¿No sería maravilloso si pudiéramos
regresar al mundo que Dios creó
para Adán y Eva —un mundo de
paz, esperanza, abundancia y pleni-
tud,
sin la serpiente;
un mundo sin el
sufrimiento, dolor y agonía que han
venido a nosotros por el pecado?
Afortunadamente, ésta es la inten-
ción de Dios. Cuando regrese, uno de
los primeros actos de Cristo será atar
a Satanás para impedir que engañe a
las personas (Apocalipsis 20:1-3; 10).
Éste es uno de los pasos necesarios
para establecer el Reino de Dios en la
tierra.
Lea lo que Dios finalmente tiene
reservado para toda la humanidad:
“Vi un cielo nuevo y una tierra nueva;
porque el primer cielo y la primera
tierra pasaron, y el mar ya no existía
más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la
nueva Jerusalén, descender del cielo,
de Dios, dispuesta como una esposa
ataviada. Y oí una gran voz del cielo
que decía: He aquí el tabernáculo de
Dios con los hombres, y él morará con
ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios
mismo estará con ellos como su Dios.
Enjugará Dios toda lágrima de los
ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni
habrá más llanto, ni clamor, ni dolor;
porque las primeras cosas pasaron”
(Apocalipsis 21:1-4).