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mamente toda la casa de Israel, que a
este Jesús a quien vosotros crucificas-
teis, Dios le ha hecho Señor y Cristo”
(Hechos 2:36).
Éstas eran unas noticias sorprenden-
tes para ellos. Estaban siendo acusa-
dos de matar al verdadero Mesías, a
quien ellos tanto habían deseado ver.
Ellos podrían haber rechazado fácil-
mente las palabras de Pedro y justi-
ficar sus propias acciones y pecados
—como tantos lo han hecho desde
entonces.
Pero Dios estaba trabajando con
muchas personas de esta multitud, y
les abrió los ojos para que vieran sus
propios pecados. Tanto ellos en ese
tiempo —como nosotros en la actua-
lidad— tenemos mucho que ver con
la crucifixión actual, todos tenemos
responsabilidad en la razón por la
cual Jesús murió. Si no hubiéramos
pecado todos, Jesucristo no hubiera
tenido que pagar la pena de muerte
por nosotros.
“Al oír esto, se compungieron de
corazón, y dijeron a Pedro y a los
otros apóstoles: Varones hermanos,
¿qué haremos? (v. 37).
Luego, “Pedro les dijo: Arrepentíos,
y bautícese cada uno de vosotros en
el nombre de Jesucristo para perdón
de los pecados; y recibiréis el don del
Espíritu Santo” (v. 38).
Este pasaje conlleva un gran signi-
ficado y hace una lista de varios de
los pasos en el proceso de la conver-
sión. Pero empecemos con el primero:
arrepentimiento.
¿Qué es arrepentimiento?
The La palabra griega traducida como
“arrepentimiento” en el Nuevo Tes-
tamento, significa “cambiar la forma
de vida como resultado de un cambio
total de pensamiento y actitud con
respecto al pecado y a la justicia” (J.
P. Louw y Eugene Nida;
Lexicón de
griego-inglés del Nuevo Testamento,
basado en los aspectos semánticos,
1988).
Arrepentirse es considerar algo que
hemos hecho en el pasado y recono-
cer que fue pecado —que quebrantó
las leyes de Dios, buenas y benéficas.
Arrepentirse es concluir que toda
mentira, cada vez que fuimos indo-
lentes y no guardamos el sábado,
cada vez que deshonramos a nuestros
padres —cada vez que rompimos las
eternamente buenas leyes de Dios—
esto requería la muerte del Hijo de
Dios para que pudiéramos quedar
libres de la pena de muerte. Sí, necesi-
tamos cambiar para algo mejor. Todo
nuestro patrón de vida ha estado
basado en motivos erróneos, egoís-
tas. El arrepentimiento es reconocer
que nuestros pensamientos, actitudes
y acciones han sido abominables —
repugnantes y desagradables— para
Dios y nos han traído la pena de la
muerte eterna.
Aunque Dios odia el pecado, Él inter-
viene de una forma amorosa y nos
llama para que salgamos de él. Pablo
explicó que “su benignidad te guía al
arrepentimiento” (Romanos 2:4).
La Biblia muestra que este arrepenti-
miento inicial es una decisión impor-